En el siglo XXI quién sabe qué sea el amor,
pero se parece mucho a los derechos del consumidor:
algo así como la exigencia de que el otro sea
maravilloso
y colme las ilusiones y se le escurra la baba por uno,
de que uno sea el centro del universo
y el universo esté al servicio de uno.
Pablo
Fernández Christlieb
Husmeando por la red
me encontré un artículo que me pareció muy interesante, se llama “El fin del
matrimonio” y fue escrito por Pablo Fernández Christlieb quien es profesor de
Psicología Social en la facultad de Psicología.
Los matrimonios ya no
duran, pero no sólo eso, sino que las personas ya ni siquiera quieren casarse.
Lo que me resultó atractivo del artículo es la forma en cómo aborda al
matrimonio, “en el siglo XVIII las
personas se casaban no para quererse mucho sino para tener la tranquilidad con
la cual dedicarse a sus cosas; se casaban para tener una casa. […] los
matrimonios se podían pactar, arreglar, negociar, y hasta los novios podían ni
siquiera conocerse de antemano, razón por la cual se dice que el matrimonio se
‘contrae’, porque llega de afuera como un reuma, con el cual uno aprende
igualmente a convivir. Como en todo buen acuerdo, bastaba que se llevaran bien
para cumplir con el fin del matrimonio.”
Teniendo en cuenta
esto, pareciera que el matrimonio le brinda a la pareja una estabilidad
emocional pero también económica, sin embargo, ¿qué pasa hoy en día?, yo tengo
la teoría (claro siempre hay excepciones a la regla) que las parejas que se
casan actualmente lo hacen por un arranque de sentimentalismo que les hace creer
que el matrimonio es el fin, en donde encontrarán la felicidad deseada y lo más
importante “el amor verdadero”, ¡error!
Aunque es fundamental
considerar la presión ejercida por toda la sociedad, no son de a gratis las
típicas frases: “se quedó para vestir santos”, “solterona” o “ya ni en rifa
sales”, etc., como si el matrimonio fuera la cumbre del desarrollo de los seres
humanos.
Sí al menos se
comprendiera al matrimonio como ese pacto o acuerdo entre dos personas que va
mucho más allá del amor que se profesan el uno al otro, las cosas serían
distintas.
Esto me recuerda a
otra frase que leí en algún lugar de una pareja que llevaba más de 60 años
casados: “antes lo que se descomponía se
arreglaba, no se tiraba a la basura”, más que arreglarlo creo que coincide
con otra parte del artículo que nos habla sobre las relaciones de antes y dice:
“y así, sobre la marcha y al paso de los
años, dos insignes desconocidos que habían vívido bajo el mismo techo terminan
por estimarse sinceramente, por sentir afecto y ternura por el otro, sin
mayores exigencias.”
No quiero decir que el “arreglar” las cosas era su única solución, no obstante
si aún en nuestros tiempos el divorcio es mal visto, no quiero imaginarme la
idea hace algunas décadas, así que el arreglar lo que se descomponía forma
parte de vida en sí. Yo creo que es bueno intentar solucionar las cosas por
otros métodos pero definitivamente existirán cosas que valen la pena deshacerse
de ellas por completo, echarlas a la basura.
Creo que el matrimonio
es un acuerdo más (tanto jurídico y religioso) y por ende no es primordial y
mucho menos esencial en la vida de las personas, al menos para mí no lo es, y
sí seguramente en algunos años estaré viviendo en pecado todo por no contar con
ese pedazo de papel que certifique mi unión legal con alguien más o peor aún,
iré al infierno por no unir mi vida con el hombre de mis sueños ante los ojos
de ese Dios todo poderoso.
Pablo
Fernández Christlieb, El fin del
Matrimonio, El Financiero, (consultado en línea) Dirección URL: http://entimema.pbworks.com/f/El+Fin+del+Matrimonio-P.Fern%C3%A1ndez+Christlieb.pdf